sábado, 17 de diciembre de 2011

Acción


Me veo en un coche, tengo por delante un viaje. Supongo que en un viaje es imposible saltarse un tramo, digo que es imposible porque los atajos simplemente son otros tramos que debemos caminar, aparte no siempre son más cortos.

Es imposible saber si una línea será recta sabiendo solo dos puntos por los que pasa. Es imposible adivinar cuál será el final de un segmento con solo un extremo y un vector director. Con cuanta más precisión sepamos donde acaba una línea más difícil nos será saber cuál es la dirección a seguir y viceversa, es el principio de incertidumbre de los viajes.

La clarividencia nunca fue uno de mis puntos fuertes, admito que de hecho quizá sea uno de mis muchos puntos débiles. Acabo de empezar el viaje y empiezo a ver los primeros carteles, cuando los leo no tengo ni idea de cuál será el que me diga bienvenido al final del camino.

¿Me gustaría estar en un tren? El concepto de viajar en tren quizá por menos común sea muchísimo más poético que el de viajar en coche. Cuando estoy en uno vuelvo a ser niño, vuelvo a ir de la mano de una fuerza ordenadora que redirige suavemente una fuerza terca que me lleva hacia delante. Las redirecciones son como el vaivén de una mecedora, cuestionarse si son necesarias es una estupidez, al fin y al cabo la gravedad va a seguir ahí. El problema es que mi tren contamina con el humo mi pasado, el tramo de vía que ya pase, lo oscurece y lo difumina. Muchos siguen sin mirar al pasado dejando atrás el hollín y respirando el aire limpio que está por delante de la locomotora. Yo en cambio me hice asmático de tanto respirar el hollín del pasado, ¿pero acaso se puede construir un futuro sin mirar al pasado?

Será poético pero no nos parecemos una mierda a un tren.
El hombre es producto aleatorio de una inmensa cantidad de casualidades que quizás nunca lleguemos a descubrir. El hombre desde su insignificancia cósmica tiene algo que lo hace grandioso, es consciente de ello; mejor dicho los que no poseen ninguna neurosis son conscientes de ello. No se es consciente de ello innatamente, pero darse cuenta es algo intrínseco al ser humano. Al igual que una sociedad más justa es inevitable a través de la evolución, aunque de momento muchos no alcancemos a vislumbrarla.

En medio de su viaje, como sociedad y como individuo, el hombre rompe sus esquemas, ve dinamitadas las seguridades de su vida,  dios ha muerto y la persona que quise también. Se encuentra el hombre ante el momento más importante de su viaje,  el de caer en un sitio donde no se puede caer más, en un plano transparente, en silencio, liso, sin olores e infinito. Allí donde no se puede caer solo le queda ascender, es lo que hace a la sociedad, al individuo, estar abocados a la evolución. Los problemas de confianza en ello están producidos por la carencia de una visión global y atemporal, como cuando pisas una mierda, la ves asquerosa, te mancha los zapatos, la hueles… y no injustificadamente no logras ver que está producida por la digestión de un perro callejero que de no comer ese día moriría. Pero el hombre situado en el plano infinito no debe cometer ese error, el error del que solamente respira el aire que va por delante de la locomotora. Debe mirar a su pasado, respirar y aceptar el aire de su pasado que ya no está contaminado como consecuencia de su fuerza de avance. Debe mirar a los lados y darse cuenta más allá de la inmensidad solitaria de una mente  hay infinitas explanadas que pertenecieron, pertenecen y pertenecerán a otras personas, y cada una de ellas es diferente. Mira entonces hacia delante, pero no solo al frente, una visión 180 grados y no una visión una visión unidimensional de un único camino a seguir.

El miedo escénico propio del hombre arrojado a existir de Sartre,  re entendiendo la existencia como aceptación de la insignificancia de nuestra conciencia, ya está controlado, mediante una reflexión de 360 grados. Solo queda ascender, no en un ascensor automático como proponía Platón, pero tampoco escalando una cuerda unidimensional con esfuerzo cristiano. 

El coche está parado en un semáforo, miro el parabrisas que por causa de la lluvia tiene los bordes llenos de gotas, en cambio la gran mayoría está seco por los limpiaparabrisas. Las gotas que están en la parte de arriba son grandes y parecen que van a caer en cualquier momento, pero solo una lo hace. Hay otras que son más grandes, que se unirían con más gotas y serían todavía mayores, pero por cuestiones que un observador no logra reconocer solo esa pequeña gota, que no es más especial que ninguna de las demás, cae. Me limito observar cómo ser desliza a través del cristal plano, transparente,  en silencio, liso, sin olores e infinito. Su camino es a la vez su desintegración y sin haber llegado abajo, la gota ya no existe, solo existe su camino hasta que lo limpie el limpiaparabrisas.

Hay que ser agua, más concretamente gota y desintegrarse en nuestra realidad porque es la única manera de comprometerse con ella. Esto es una verdadera ascensión, para la que aunque estemos predestinados está permitido tener miedo.


I'm scared of the middle place
Between light and nowhere



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