Dos niños jugaban. Se lo pasaron bien, lo hicieron por
simple diversión. La noche se acercó demasiado y los dos tímidamente se
despidieron. La despedida constó del intento de describir en un gesto lo bien
que se lo habían pasado. Después se preguntaron los nombres, dónde vivían.
Vivían a unos kilómetros de distancia, pero uno de ellos tenía una bicicleta.
El chico cogió la bicicleta, como de costumbre, y se fue a
jugar. Sintió las piernas cansadas de los muchos días que hacia
ese recorrido. Cuando llego lo dijo, ya en compañía, recibió una respuesta auto
justificante pues era el quien tenía una bicicleta. Dos niños jugaban, lo
hacían porque habían acordado hacerlo.
El chico cogió la bicicleta, pedaleó y se cansó. Pensó que
aunque a él le costara menos, algo le costaba, así que podría ser el él alguna
vez el anfitrión. Visto así el día siguiente los dos niños jugaron pero la
bicicleta no avanzó un metro, jugaron porque lo habían acordado.
El chico cogió la bicicleta, pedaleó y se cansó pero al día
siguiente no pedalearía, eso le animó. Pero un vendaje se interpuso entre lo
acordado y la realidad, así que tuvo que pedalear al día siguiente. Los dos
estaban cansados, uno de ellos pensó que era por pedalear, pero dio igual,
jugaron porque lo habían acordado.
El chico llegó cansado, había pedaleado mucho. Parecía
cansado y esto se reflejó en unos ojos con culpa. Al día siguiente sin la
bicicleta haber avanzado un metro jugaron, con un cansancio extremo en uno de ellos,
en teoría por caminar.
Un joven miro al pasado y se disculpó, sin saber a quién lo hacía.
Mientras dos niños jugaban, y cuando uno se cansó de pedalear no vino al día
siguiente, y cuando jugaron lo hicieron porque se divertían.