El portal es un cristal; enfrente, yo. Un extraño reflejo se
rasca el pelo mientras intenta encajar la llave. Yo mientras tanto abro la
puerta de un empujón, mientras siga ahí esa cerrdura, en mi portal puede entrar
quien quiera.
Nunca supe como se debían subir unas escaleras. Cuando estás
acompañado es muy fácil, vas caminando, manteniendo una conversación. Pero
solo, y sin ritmo marcado, se te apetece saltarlas a zancadas, pero ya tengo las
rodillas bastante planas.
Frente a la puerta y con el manojo de llaves en la mano, saco
la del desencanto. Es pesada y vieja. Cuando la meto en la cerradura rechinan
mis pulmones y tosen. El globo, insignificante, se desinfla con quejidos, de
esos que me dejan seca la garganta. Cuando la llave está a punto de exprimir la
última revolución, me pregunto si habré elegido la adecuada, pero ni si quiera
sé si hay una adecuada.
Un sillón en una tarde, nada que hacer y por la ventana, tu
mirada.
Otro día sacaré otra llave y otro cuarto cantará, mientras
tanto, el cristal del portal ya no es un espejo, veo la calle perfectamente. La
verdad, prefiero ver a ese extraño rascándose la cabeza que a ti viéndote pasar.