sábado, 15 de agosto de 2015

Gane o pierda

Era demasiado fácil saber cuando ganaba y cuando perdía, solamente tenías que mirar que estaba bebiendo. Solamente bebía whisky y cerveza, y aunque el whisky era más caro era lo que bebía cuando iba perdiendo. Casi siempre la última copa la tenía que pagar al día siguiente. Estaba en esa copa. Estaba solo, cuando bebía whisky las mujeres veteranas no se acercaban a mí porque no tenía con que invitarlas y a las nuevas mi aliento las echaba para atrás. Los lameculos que solía tener alrededor tampoco se acercaban, sabían que no tenía ningún perro que chivarles ni tenía el humor para soportarlos. Solo hay una cosa peor que un adicto como yo, un adicto que encima necesita lamerte el culo para saber a qué apostar.

Esa tarde estaba particularmente bien sólo y borracho como siempre. Había estado apostando las últimas 3 horas y media a perros que creía que iban a remontar en la recta final. Los primeros fueron bien, me llegue a poner con 150 de ganancia, pero cuando aposté fuerte fallé, creí que hoy era el día de los putos perros que remontan en la recta final. Nunca es el día  de esos perros ni de ningunos. Los perros son perros y no tienen día. Hasta los zurdos tienen un día, nos preocupamos más de la mano con la que nos agarramos la polla que de nuestros amigos los perros. Nuestros amigos los perros que me habían hecho estar en el whisky de la deuda.

Salí de mi sitio habitual del canódromo, escondido en la penúltima fila, y me puse en la valla para ver la última carrera. Era la primera carrera en la que no apostaba hoy y lógicamente tenía la sensación de que de haber apostado hubiera ganado.  Casi no me tenía en pie cuando dieron el pistoletazo de salida. La liebre salió disparada. Los perros corrieron como perros. Y yo hice el subnormal. Todo normal. Me explico. Al dar la segunda vuelta cuando vi la liebre aparecer por la curva. Me cague en nuestros amigos los perros y salté la valla. “A la mierda -pensé- les demostraré como yo sí que puedo coger la libre.” Se había acabado el juego, estaba harto de ver como corrían por mí, rompí las reglas para poder coger la maldita liebre y hablarle de tú a tú. Quería preguntarle que hacía corriendo. Por qué no se paraba. Por qué queríamos ir detrás de ella. Por qué nos inventábamos a los galgos para que fueran detrás de ella por nosotros. Qué ganábamos con esos billetes. Qué más da acertar que galgo la iba a coger si nosotros estábamos detrás de una valla, mirando desde las gradas todo aquello que nos habíamos inventado. Siempre quejándonos de que nos hacían perder dinero o de que nos hacían ganar demasiado poco. Borrachos. Solos. Fingiendo que no éramos la última mierda, creyéndonos que volábamos como el esbelto cuerpo del galgo número 6 porque habíamos dado nuestro dinero por él. Pues yo era ahora el galgo e iba a coger a la puta liebre.

Pero no era un galgo. Era un viejo ridículo que solo pudo correr 3 segundos hasta que lo alcanzaron los perros. El que iba en cabeza me mordió la mano izquierda. Me di la vuelta y le pegué con la derecha en la cabeza haciendo que me soltara. Los dos nos caímos a un lado y el resto de perros siguió con la carrera. Cuando salto sobre mi logré saque mi navaja y con un corte horizontal se le salieron las tripas. Soltó un ladrido agudo y se quedó tumbado en el charco de sangre. Me miró un segundo, después  se lamió las tripas para limpiarlas de arena y morir en paz. Miré su dorsal, era el perro número 6, por el que yo hubiera apostado. Mierda, podría haber ganado. Me levante y me limpié la arena para irme.

Aunque me echaron de ese canódromo de por vida, ese día me sirvió para darme cuenta de lo que estaba pasando en mi vida. Era esclavo de un juego, que miraba desde la grada, sin ser yo mismo, ganando o perdiendo, con cerveza o con whisky, pero al fin y al cabo solo y esclavo. Solamente al saltar la valla, al verme rodeado de sangre de aquel perro, me dio el suficiente vértigo como para ser valiente.


Espero que me dejen volver a ese canódromo, estoy seguro de que el perro  número 6 va a ganar.