miércoles, 10 de abril de 2019

El deshielo


Ella volvía los veranos patas arriba, pero era el primer día de la primavera y él estaba escuchando a los Smiths. Pese a la fecha señalada, el autobús le esperaba como todos los días. Dispuesto a masticar como una avispa una hora de su tiempo, convirtiéndola en un pegamento que uniera los retazos de una vida que siempre estaba por ordenar. Hoy en concreto, pese a que ya no llovía, decidió ser un observador pasivo, pues su cabeza ya había dado demasiadas vueltas. A través de las ventanas, veía como el sol iluminaba la tierra húmeda. Aquello tenía un efecto hipnótico desde que la metáfora se incrusto en su cabeza: un niño intentando levantar a su abuelo del sofá. Él le devuelve la mirada con ternura, sabiendo que no lo va a conseguir. Era el primer día de la primavera, pero todavía hacía frío. Cuando se levante del sillón será porque el verano habrá llegado ya, y él, evaporado, se habrá ido. He knows it’s over.

Primera parada en la metáfora, y la gente comienza a subirse al autobús. Por debajo de las estúpidas justificaciones estéticas, de porqué las paradas le angustian, en realidad lo que le que jodía eran los jóvenes llenando el pasillo. Tenía que utilizar todos los días la línea universitaria para ir a su trabajo. Lo cual, constituía un recordatorio de que se encontraba siempre en tierra de nadie. Demasiado mayor comparado con los estudiantes, grotescamente mayor, y demasiado joven como para tener un coche igual que sus compañeros. Y en medio de esas divagaciones, siempre en medio, ella se sentó justo delante, haciendo que su sangre olvidase la primavera.

ella no se escribía con mayúsculas. Era una tangencial, aunque sustancial, coincidencia en  pleno deshielo preprimaveral. Ese deshielo que avanza lento, que desespera porque sus pasos hacia atrás son categóricos, mientras que el goteo hacia delante es casi imperceptible. Mientras que lo sufría, era casi imposible no plantearse cuando se iba a acabar. Aunque en realidad, lo que él necesitaba era un comienzo. ella nunca fue un comienzo, pero tenía una anodina foto de una calle inglesa. Cualquier persona habría pasado por encima de ella, pero él la conocía tanto como ansiaba conocer a otra persona. Y su primera pregunta fue: Es eso Liverpool?

Efectivamente lo era. Y en particular, era una de las pocas calles del mundo que hubiese sabido reconocer por sus personas. Allí había pasado incontables y ebrias horas. Pues era donde las jam sessions callejeras, le permitían escabullirse de los abarrotados bares en el Erasmus que hizo, como casi todo, demasiado tarde. Aquella coincidencia les llevó a hablar de lo único que compartirían seguramente en toda su vida. A no ser que se levantase en ese instante y la saludara, total que podría

ella se había sacado aquella foto en uno de los fines de semana que casi no llegaron a existir. Había ido a hacer dos semanas de voluntariado a un templo budista, que se habían convertido en dos meses. En los cuáles, se pudo permitir alguna escapada como esa. Aquello, no fue lo único que compartieron por la falta de otras historias, si no por lo mucho que a él le interesó aquella aventura. Él llevaba cosiendo un año entero de incertidumbres, con meditaciones de Youtube. Así que aprovechó para aprender de aquella chica, que no había aprendido budismo a través de una pantalla, a través de una pantalla.

Las aventuras meditativas continuaron durante unos días, hasta que él mencionó, poniéndose en su posición de gatete en busca de cariñete, el inminente riesgo que corría su vida. Había tenido una semana físicamente extenuante (lo de empezar a hacer skate y kickboxing con 24 años da para otro relato) y ahora estaba preparándose para ir a un exigente concierto de ska. Está vez, fue ella la que disfruto primero de la coincidencia, y se dio cuenta que era el concierto de Talco, uno de sus grupos favoritos. ella había intentado ir, pero nadie había podido acompañarla. Ir sola le daba demasiada vergüenza. Era demasiado tarde, y a la vez demasiado pronto, como para ir con el chico que acaba de conocer.

Él, como siempre más preocupado por la estética que por la ética, le confesó justo antes de irse su obsesión con las coincidencias. Se lamentó de que ella no se hubiese atrevido ir a aquel concierto, y los imaginó a los dos bailando con las coincidencias. ella, sola en el centro de la pista, él, prendado sin atreverse a decir nada. Tampoco conociendola, pues el privilegio de la coincidencia de Liverpool, le había arrebatado el derecho a reconocer su cara, que quedaba eclipsada por el fondo de esa foto. Al día siguiente, uno de los dos mencionaría que había ido al concierto. Él, oliendose el destino, le hubiese pedido una foto inmediatamente. Cuando reconociera a la bailarina solitaria, éxtasis. No felicidad, pero al menos éxtasis. Hay que ser gilipollas para pedir coincidencias en vez de.


Después de ese mensaje, se fue al concierto. Iba acompañado de dos amigos, la pareja más extraña del mundo, y de su ex, la que recordaba con cariño. En medio de la pista, mientras purgaba obsesiones y coincidencias por un baile con su ex, le llegó la respuesta de ella. Y él, caballero, solamente como un tarado puede llegar a ser, abrió el mensaje cuando estuvo solo en medio de la pista. Para que la mujer con la que había compartido media vida, no viera aquel detalle que al resto del mundo le hubiese parecido normal.

Y en ese instante, el destino decidió burlarse de su deseo, concediéndoselo y aplacando su sed de coincidencias. En una imagen simétrica a la que había imaginado, aunque ahora era el solitario bailarín, abrió los tres mensajes. Y la conversación desapareció al instante.

Sin saber su nombre, su cara o si quiera donde vivía se prometió a sí mismo encontrarla, para poder seguir bailando.

Pero estaba triste.

Mañana, fue otro día.

Hasta el preciso momento en que se levantó al día siguiente, su única esperanza de encontrarla era que hubiese algún error informático subsanable. Pero le había despertado un mensaje de su antiguo profesor de filosofía. El contenido del mensaje no era importante, y casi que la persona que lo enviaba tampoco. Lo único que importaba, era un relato de 20 páginas que éste había escrito hacía 40 años. Se llamaba Buscando a Miguel Arranz, y narraba la búsqueda de un opositor desaparecido en el día en que le entregaban su plaza. El entonces joven profesor de filosofía, se había dejado llevar por las coincidencias para iniciar una incansable búsqueda de 24 horas. Al final, aquel opositor medio cojo por la Polio y completamente destrozado por la adicción de su mujer a la heroína, consiguió su plaza de profesor gracias a la fe que tenía aquel tarado en las coincidencias.

Aquel mensaje, le susurró que no solamente que era posible encontrarla, si no que no podía ser de otra manera. Así que se dispuso a encontrar a aquella chica sin nombre, solamente para saber qué era lo último que le había querido decir. O para arreglar aquella jugarreta del destino que él mismo había provocado. O eso se decía a sí mismo. Quizás era una relato demasiado idealista como para analizarlo sin joderlo. Lo que está claro, es que mi relato ya se analiza suficientemente a sí mismo en el primer párrafo.

Solamente Internet y un templo budista le acompañaban al principio del viaje. Así que rápidamente encontró como poder hacerse voluntario en aquel templo. Descubriendo una página llena de comentarios de antiguos voluntarios. Pero cómo iba a saber él, cúal era el comentario de ella, si no sabía su nombre. De hecho, lo más probable era que ni si quiera hubiese comentado. Así que sin esperanzas, bajó por la página con la mirada perdida. Entonces se detuvo en un comentario. Estaba hecho por un perfil de dos personas. Por lo visto en esta página te podías ahorrar dinero compartiendo un perfil. Entonces, si ella se había ido con una amiga, solamente tenía que encontr... El comentario de arriba estaba hecho por dos chicas. Comentan que en principio iban a ir solamente dos semanas, pero se acabaron quedado dos meses. Vale, pinta bien. ¿Pero como se puede confirmar la identidad de una chica sin nombre y cara?

Entró en su perfil y allí estaba, la única prueba irrefutable. Su foto en Liverpool.

Y así se cerró el círculo perfecto de la coincidencia. Pero él seguía sin poder hablar con ella, a través de esa página de voluntariados. Así que siguió buscando en su perfil. Tenía que haber algo que le permitiese hablar con ella y preguntarle qué había sucedido. Todo  lo que había intentado tirando del hilo del templo budista, se acababa en ese punto. Así que decidió darle una oportunidad a esa asociación de perros en Sicilia sin nombre en la que había hecho otro voluntariado.


El primer paso, una foto con el nombre del pueblo donde estaba la asociación. El segundo, aprender italiano. Perro se dice cane. Tercer paso, buscar cane y Calatafimi Segesta en internet. Cuarto paso, plantearse que hace con su vida mientras mira el perfil de un perro en una red social. Enserio, que hace con su puta viESPERA. El perro tiene el triple de amigos que él. Ese perro tiene que tener algo especial, como Rufu. Y quizás la asociación… Se llame igual que ese perro en su honor. Asociación, encontrada. El corazón a uno. Vídeo de la asociación donde sale ella, encontrado. El corazón a diez. Perfil de su amiga, que comparte el vídeo, encontrado. El corazón a cien. Su perfil en la publicación compartida, encontrado. El corazón a mil. Única amiga en común: su ex, la que no sabe cómo recordar. El corazón, a cero.

Se está haciendo tarde. Hace tiempo que ya no hay paradas en las metáforas, y el autobús, va a llegar a su destino. Entonces, mira la hora en su móvil, sin saber si atreverse esta vez a

Nuevo mensaje:
Sí, la foto es de Marruecos, estuve dos meses en un pueblo cerca de Fez trabajando con niños con discapacidad.

empezar otra vez.