Hablemos en tercera persona, mantengamos la distancia,
adecuemos las letras a la realidad. Se adecuaban las manos a su cintura, lentas
y precisas, directas a sus entrañas para amasarlas durante años. Pero por más
que sus intestinos pasaban por entre mis dedos nada consiguió digerirse, y así,
con todo a medio comer, se fue. Ahora estoy aquí, abrazado y compuesto, ella se
estrena en la locura mientras los ojos la siguen, planos y serios. Lógicamente,
una vez más, me pregunto por lo que pasa por delante de mi cara. Lo siento por
quienes le gusta lo justo, pero a mi no me gusta que tenga lo que se merece,
porque después de todo sigo esperando que el servilletero dónde vertí mi
reflejo haga eso, parecerse, aunque sea tarde, a mi reflejo.
Solo puedo utilizar una segunda persona a la vez, solo puedo
quedarme en el quicio de la puerta para ver el cielo romper a llover, solo
puedo prometerte que disfrutaré de la felicidad, de la desgracia, de tus
lágrimas, de las carcajadas que te quiten el aire, de las imágenes que me
quiten el sentido, de los soldados que mueran en la batalla, del calor que hay
entre tus piernas.
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