martes, 31 de enero de 2012

Trastoque

No puedo mirar tus caderas sin que las manos me deslicen sobre ellas. Me siento solo si no acaricio la luna y estúpido si solo la miro pasar. Antes olía a canela, solía perderme entre mares de sombras sosegantes, allí donde nos inventabamos momentos de lucidez. Hace dos bocados tus caderas eran de pan, tostado por el saber hacer del tacto del nácar, que pese a tostarme en los más cálidos sueños, provenía del interior de un mar de perlas negras. Huelen a horno mis heridas, por querer recoger mi tiempo antes de que fermentara la levadura. Fuera –hace frío- creció el muro más liso del mundo, dentro –hace frío- creció el reflejo más esperpéntico; pero cuando lo miré, no logré cambiar la dirección del espejo. Recuerda, si mis manos no están sobre tus caderas es mi cabeza la que no reposa sobre tus hombros.

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