sábado, 4 de febrero de 2012

Al final, en el bar.

Bajo el colchón. Frío. La pulida superficie del parqué refleja las bajas expectativas que restan a quien duerme debajo de donde solíamos soñar. Soñar, contigo, constantemente. Tus oníricos besos se convierten en mi peor pesadilla, por eso me escondo donde no halla ninguna posibilidad de dejar volar la imaginación.

El otro día, me enamoré de un servilletero en un bar, con la mirada le cosí un par de te quieros a mi reflejo. Ya hilvanados, los mojé en un par de cervezas que pagué con la prestación por dependencia. Al final de la noche, borracho y solitario de amor, el servilletero me dijo adiós. Pero se quedo ahí, inmóvil, esperando a que cogiera una servilleta, para que la inocencia de mis manos limpiara la humedad de mis pupilas.

Cuando despejé la Pena que con carne amarilla recorría mis mejillas, miré hacia abajo.  De las yemas de mis dedos brotaban manos, y comprendí que aquello no pararía hasta no poder tocarte.



Te querré en todos los versos que no quieran tus pupilas.

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