miércoles, 8 de febrero de 2012

Pensé que podia pedir más

Ayer me quedé donde estaba, quieto en todos los sentidos,  dedicado a observar lo que pasaba frente a mi. Después de ver un programa estándar de televisión y con la mira puesta en la cama, me sorprendió un documental sobre las Barranquillas. La diferencia entre los dos programas fue brutal, uno iba sobre productos, otro sobre personas.

El primero se llamaba ¿Quién quiere casarse con mi hijo? Una banalización del amor y de las relaciones familiares. ¿Quiénes son esas madres que rechazan a negras o cocineras y en cambio endiosan a votantes del PP e hijas de jueces? Siempre fui muy iluso, pero pensar que eso está ocurriendo, que no es ficción, me pone los pelos de punta.

El documental retrataba los últimos días de la narcosala de las Barranquillas. Una explanada yerma de sueños mostrada crudamente por las cámaras. Como en la canción, ahora son los toxicómanos a los que la sociedad encorva, para que pavimenten el traqueteo de nuestros sueños. Olvidados como personas, parecen no tener sexo, parecen ser sólo una tez teñida por el sol y desteñida por la vida, que sin propósito, vaga por la inmundicia. ¿Para que sexo? ¿Para que dignidad? ¿Para que vida? Nada de eso merece la pena sin sueños que los alimenten.

Aun así hay vida, y sobre todo hay dignidad. Mucha más que en el Deutsche Bank, donde ahora apuestan con nuestras vidas, literalmente. Mucha más que los que cierran esa narcosala. Porque la dignidad va con la vida, va con el lirismo, va con la tragedia. Esas caras carcomidas son tan liricas como estos versos:

Flora desnuda se sube
por escalerillas de agua.
El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su sexo tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aún pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.
Mil arbolillos de sangre
le cubren toda la espalda
y oponen húmedos troncos
al bisturí de las llamas.
Centuriones amarillos
de carne gris, desvelada,
llegan al cielo sonando
sus armaduras de plata.
Y mientras vibra confusa
pasión de crines y espadas,
el Cónsul porta en bandeja
senos ahumados de Olalla.

La tragedia es vida y la vida es accidente. Olalla mira a sus pechos, arrebatados de cuajo como sus sueños y se pregunta si podía pedir más a la vida que el martirio que le ha dado. Como a Olalla, como a los toxicómanos, solo nos queda decir:





I loose you in a accident
This is not a good good bye
Didn't I deserve a fair farewell
I thought I could ask for more from you

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