miércoles, 22 de febrero de 2012

En tu encuadre


No hay nada que angustie más que el llanto de un bebé en una casa abandonada. No hay nada que intrigue más que el deambular silbante de un loco, de un outsider. Subir paralelo a la pared, despacio, verla desconchada con arcos de ilusión truncada. Pictóricas representaciones, signos del esclavo de la vanidad, del que vive fuera del sistema y quiere que eso sea su carta de presentación. ¿Abandonado o abandonada ella, la realidad?

Ya fuera de la casa, quisiera que mis manos tuvieran cámaras, mis pies micrófonos y mis pupilas tacto. Veo a la niña correteando por el campo, nueva e inocente. Imágenes de cine, corredores de plantas que la encuadran hacia el lirismo más puro. La miro a través de ese encuadre perfecto y tal como lo crea, lo rompe, se va, destroza el encuadre y en su ausencia crea otro mejor. Espontanea y efímera dibuja sobre la realidad algo que va más allá, pero ella solo vuelve a  la esencia. Es dentro de la casa donde la realidad está desdibujada. Es la sensación del sol que se opone al frío, de la naturaleza más cálida que nuestros artificios. Son las pocas palabras las que componen una comunicación más pura que la convencional. Es el sonido de avanzar, que se olvida en la acera y se recuerda en la hierba, para que lo tengamos presente. Son las flores amarillas y sus manos, diminutas, las que componen un poema. Es el musgo, que borra todo signo de piedra y engancha la tierra a este mundo que la olvida. Olvida, olvido; siento que no te voy a olvidar nunca, tu inocencia, tu dulzura y sobre todo, nunca voy a olvidar que no sé tu nombre.

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