No hay nada que angustie más que el llanto de un bebé en una
casa abandonada. No hay nada que intrigue más que el deambular silbante de un
loco, de un outsider. Subir paralelo a la pared, despacio, verla desconchada
con arcos de ilusión truncada. Pictóricas representaciones, signos del esclavo
de la vanidad, del que vive fuera del sistema y quiere que eso sea su carta de
presentación. ¿Abandonado o abandonada ella, la realidad?
Ya fuera de la casa, quisiera que mis manos tuvieran
cámaras, mis pies micrófonos y mis pupilas tacto. Veo a la niña correteando por
el campo, nueva e inocente. Imágenes de cine, corredores de plantas que la
encuadran hacia el lirismo más puro. La miro a través de ese encuadre perfecto
y tal como lo crea, lo rompe, se va, destroza el encuadre y en su ausencia crea
otro mejor. Espontanea y efímera dibuja sobre la realidad algo que va más allá,
pero ella solo vuelve a la esencia. Es
dentro de la casa donde la realidad está desdibujada. Es la sensación del sol
que se opone al frío, de la naturaleza más cálida que nuestros artificios. Son
las pocas palabras las que componen una comunicación más pura que la
convencional. Es el sonido de avanzar, que se olvida en la acera y se recuerda
en la hierba, para que lo tengamos presente. Son las flores amarillas y sus
manos, diminutas, las que componen un poema. Es el musgo, que borra todo signo
de piedra y engancha la tierra a este mundo que la olvida. Olvida, olvido;
siento que no te voy a olvidar nunca, tu inocencia, tu dulzura y sobre todo,
nunca voy a olvidar que no sé tu nombre.
Me gusta. Mucho.
ResponderEliminarL.